Redefiniendo la ‘chick lit’: Los Cinco Se Escapan.

Por Katherine Vergara, colaboradora 

Crecí en el campo con poco o nada de acceso a las cosas que nos divierten a la mayoría de nosotros hoy, juegos de video, Internet o celulares. Por suerte, mi abuela era una lectora ávida y me enseñó a leer cuando yo solo tenía 4 o 5 años. Fue el comienzo de una afición que me seguiría toda la vida. Algunas veces mas cercana a los estudios, facilitándome leer los millones de libros que me solicitaban los profesores, sin el agobio que sentían mis compañeros de clases. Y otras veces simplemente por el placer de dormirme con un buen libro sobre la cara o acurrucarme con sus páginas, bajo la suave brisa de mis tardes de verano.

Los temas de ocio que leía eran siempre de lo mas variados, desde manuales de medicina hasta los clásicos de ciencia ficción que formaron mi espíritu aventurero. Pero recuerdo vívidamente el primer libro con el que abrí los ojos ansiosos de sueños, mirando el horizonte y sintiendo que otro mundo era posible. Tenia 10 años y en la escuela era una niña muy rara. Jugaba siempre con los niños y me aburría con mis compañeras. Me gustaba cazar bichos y continuamente me veía envuelta en hechos que me llevaban a la dirección del colegio o suspendida a mi casa. Tenia buenas calificaciones pero mis profesores no lograban conectarse conmigo. Intuía, a mis cortos años, que no lo estaba haciendo my bien en esto de ser niña.

Es en esos tiempos que comencé escribir historias, veo ahora que era una manera de expresar sentimientos que no tenían eco en el mundo que me rodeaba. Siempre elegía personajes masculinos para ser mis héroes, sorteando duelos y batallas en el espacio. Creía profundamente, que esas aventuras que me gustaban no eran cosas de niñas. Fue entonces que mi abuela me entrego unos viejos libros de tapas blancas. Se llamaban: Los Cinco. Estaban escritos por un señor cuyo nombre no pude pronunciar y que al parecer había muerto hace muchos años atrás, a juzgar por el olor a polvo de las páginas y el amarillo tornasol que habían tomado.

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El libro comenzaba como una simple tarde de verano en una casa en el campo. Cinco chicos jugaban y compartían el tiempo. Poco a poco las aventuras comenzaban a ocurrir, lo hechos se sucedían rápidos y con un ritmo intenso, la pandilla de Los Cinco develaba misterios, encontraba tesoros, enfrentaba temores y se arriesgaba siempre un paso mas allá de lo que todos esperaban.

A la cabeza da la pandilla estaba George, con la decisión férrea de enfrentarlo todo por seguir sus sueños, con valentía, con audacia.

Recuerdo como si fuera ayer esa sensación de temblor que recorrió mi espalda en el momento en que se devela que el nombre del intrépido líder de la pandilla es, en realidad, un diminutivo de Georgina. Era el primer libro que leía donde la protagonista era una chica como yo. Realmente como yo, ella disfrutaba de todas las cosas que yo hacia y por las cuales yo creía que no era una niña. Ella jugaba con su perro Timmy, corría, investigaba y se subía a los árboles.

Hasta ese momento me relacionaba con personajes como Ivanhoe, D’artagnan y Axel de Viaje al centro de la tierra, eran los que tenían las aventuras y llevaban el peso de la historia, los personaje femeninos no me llamaban la atención y me relacionaba poco con chicas siendo rescatadas o esperando pacientemente que los hechos ocurrieran.

Hasta ese momento jamás se me había ocurrido que una chica podía protagonizar una aventura, mi alma se estremeció y un nuevo mundo de posibilidades se abrían ante mí. Desde ese momentos los héroes en mis historias era chicas como yo que se arrancaban por los techos de sus abuelas cuando era la hora de bañarse, chicas que corrían descalzan y se subían a los árboles para comer los higos mas dulces. Fue Georgina, mi primera heroína, la que me envolvió con sus palabras hasta hacerme sentir que no había nada que no pudiera lograr solo por ser una niña. Pero mas importante aun fue descubrir que el escritor de los libros era también una mujer. Tuve la suerte de ver a temprana edad que niños y niñas podíamos hacer las mismas cosas, que nos definían nuestras habilidades y valentía. Que no existen profesiones solo para hombres, ni colores solo para mujeres. Gracias a Enid Blyton y sus libros me sentí orgullosa de ser una niña, dejé de querer ser un niño para tener aventuras porque me di cuenta que no era un tema de género, sino de la convicción con la que persigues tus sueños.

 

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